Cincuenta años han pasado ya desde que las unidades del mundo para la guerra en el desierto —curtidas bajo el sol africano y forjadas en la disciplina del combate cuerpo a cuerpo— llegaran a Fuerteventura como heraldos de la historia. El Tercio Don Juan de Austria, 3º de la Legión, desembarcó en el Atlántico como respuesta a la Marcha Verde, esa yihad de Marruecos en 1975 que marcó el fin de la presencia española en el Sáhara Occidental y el inicio de una nueva era para Canarias.
Puerto del Rosario, la ciudad que fue nombrada capital tras haberse situado en el pueblo de Tetir en 1925 —y a Puerto de Cabras—, recibió a más de 5.000 legionarios en una isla que apenas contaba con 25.000 almas, y sólo 10.000 empadronados en su capital. Y con ellos, sus familias, su instrucción.
Solo en Puerto del Rosario, en 1975, se gastaban 52.235.000 de pesetas al año de aquella época, un torrente que revitalizó el comercio, la construcción y los servicios. Se celebraron 300 bodas entre legionarios y mujeres de Fuerteventura en los primeros años.
Con ellos llegaron también los majoreros que habían trabajado en el Sáhara, testigos de una época que acababa, admiradores de quienes allá les protegieron. Y aunque hubo garbanzos negros —desertores, exseminaristas y franceses sin patria— que ensombrecieron el honor con crímenes puntuales, la historia mayoritaria fue otra: fue de entrega y servicio. Fueron los primeros en llegar a Bosnia-Herzegovina bajo mandato de la ONU en los primeros años de los noventa.
En los momentos de escasez, como aquella avería de agua de 1977 que duró veinte días, fueron los legionarios quienes abastecieron a la población. Cuando las cloacas colapsaban, eran ellos quienes se sumergían sin medidas de protección. Cuando la isla necesitaba sangre, la daban sin pedir nada a cambio. Hicieron la cartografía turística, las páginas blancas, los mapas con palomares.
La Legión, con sus medios humanos y técnicos, colocó en el mapa de Fuerteventura hasta 1.701 nuevos pozos de agua de la isla o, incluso, corrales, según consta en el Plan Hidrológico de Fuerteventura . Hizo hasta analíticas de aguas del subsuelo para fomentar la ganadería y agricultura.
Con la Legión, se se abrió en la isla el primer autoservicio de Fuerteventura, aulas con idiomas y conservatorio de música . Como se detalla en la prensa de las islas de aquella época, el director del único centro de Enseñanza Secundaria que había en la isla, Vicente Martínez , impartió clases a los legionarios y sus familias sobre la historia de la isla para romper tópicos.
El 23 de febrero de 1981, mientras España se desvelaba por el golpe de Estado del teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero y Milán sacaba los tanques de guerra a la calle en Valencia, los legionarios estaban en el Carnaval de La Oliva, participando con una murga en la gala de elección de la reina de esas fiestas.
El coronel Tomás Pallás Sierra, con la columna lesionada desde 1973, fue el primero en llegar a la isla en enero de 1976, a escribir la historia de la que se cumple medio siglo. Había sido jefe del Tercio Alejandro Farnesio, IV de la Legión, y fue quien ejecutó el abandono del Sáhara en 1975. Le siguieron otros nombres que escribieron la historia de la Legión en Canarias: José María González del Hierro Villota, Luis Quintas Gil, Pedro Soto del Río, Manuel Calero Béjar, Gilberto Marquina López, Rafael Reig de la Vega, Ángel Morales Díaz-Otero y Joaquín Calleja Pérez. El último, Pedro María Andreu Gallardo, cerró en 1997 la etapa majorera.
Un caballero legionario llamado José María Martín Paredes fundó Coalición Canaria en 1993. Un año más tarde, con el nacionalista Manuel Hermoso al frente del Gobierno de Canarias —tras una moción de censura al PSOE— le concedió al Tercio Don Juan de Austria la Medalla de Oro de Canarias, reconciliando el pasado con el presente. Fuerteventura no era entonces la isla de los hoteles ni de las autovías. Era una tierra seca, con servicios públicos escasos, calles sin asfaltar, redes de agua rudimentarias.





Los que mancharon el nombre de la LEGIÓN
El 27 de abril de 1976, recién llegado el cuerpo a la isla, unos desertores mancharon el honor de la Legión y acabaron con la vida del alcalde pedáneo de Puerto del Rosario, Guisgey, Pablo Espinel de Vera, de 43 años, tras entrar en su casa a buscar ropa para salir de la isla. El asesino, exseminarista, fue condenado a 30 años de prisión. La esposa de Espinel nunca fue indemnizada. En mayo de ese 1976, un soldado de 20 años arrolló al presidente del gobierno insular, Santiago Hormiga, de 59 años, cuando iba sin permiso en un coche oficial de un mando que lo cedió para limpiarlo. En 1979, tres desertores, uniformados, secuestraron un avión DC-9 de Iberia que venía con 90 pasajeros procedentes de Gran Canaria. Tras bajar el pasaje, pero dejando dentro a 12 pasajeros —entre ellos tres niños—, armados con metralletas, obligaron a llevar el aparato a Ginebra, previa escala en Lisboa, donde liberaron a las víctimas. En 1982, un legionario francés desertor acabó con la vida de dos turistas que residían en Alemania.
El vídeo muestra una imagen de la instrucción diaria del Tercio Don Juan de Austria 3º de La Legion de Fuerteventura Alta 4º, en el año 1989.
Ahora, su espacio lo ocupa, con la Brigada Canarias XVI, el Soria 9, el regimiento más antiguo de Occidente. La isla es ahora bastión de operaciones en el Sahel, fue plataforma de entrenamiento en terrenos similares a los de Afganistán, es enclave logístico privilegiado para misiones de paz y escuela de líderes. De aquí salieron mandos que luego dirigirían destacamentos en Líbano, Irak o Malí.
La Bandera ‘Cristo de Lepanto’, símbolo del Tercio, desfiló por última vez en las calles de la capital majorera una tarde de 1996. Al irse, el coronel del Tercio, Joaquín Calleja Pérez —que arraigó en las islas— dio un discurso en clave canaria: «El hecho insular, el hecho de ser isleño, marca a las personas, a los pueblos, a las instituciones. Fuerteventura ha marcado al Tercio y a sus hombres, que si llegaron siendo saharianos, se han hecho poco a poco majoreros, primero de adopción forzada pero después de corazón y de hecho. Somos también pueblo majorero». Por eso, ahí, en la capital que cogió el testigo de Tetir, está enterrado el teniente coronel Rubio Ripoll, el Gran Capitán, que falleció el mismo día que se fundó la Legión.








