El Tribunal Supremo ha ratificado la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Canarias (TSJC) de reducir la pena de prisión a un hombre condenado por abusar y agredir durante cinco años a las hijas menores de su pareja. La condena se rebaja de 28 años y medio a 22 años y ocho meses, tras aplicar la nueva legislación penal en vigor desde finales de 2022, más favorable para el acusado.
El tribunal también confirma que la madre de las menores no recibirá la indemnización inicial de 10.000 euros, aunque sí se mantiene la compensación de 20.000 euros para una de las hijas y 10.000 para la otra.
Los hechos ocurrieron en la localidad majorera de Gran Tarajal entre los años 2011 y 2016, en el domicilio familiar. Durante ese periodo, el condenado, hoy con 50 años, ejerció violencia física y psicológica de manera sistemática sobre las niñas, aprovechando la ausencia de la madre.
Durante dicho periodo y «de forma reiterada y constante», determina, aprovechaba la ausencia de la madre para «satisfacer sus deseos sexuales» con las menores. De ese modo, obligó a una de ellas a practicarle felaciones y si no lo hacía, « la agarraba por el cuello o por el pelo o le abría con fuerza la boca al punto de que, en una ocasión, llegó a rajarle parte del labio».
Además, con idéntica finalidad, tocaba a esta menor «de forma reiterada por el cuerpo, incluida la zona genital y, a su vez, la obligaba a ella a tocarle su cuerpo». Durante este periodo de tiempo de «violencia y terror», el acusado también exigía a una de las menores a «visionar películas pornográficas en su compañía».
Con respecto a la otra víctima, Marcos A.R.R. la «obligó» a extenderle crema por todo el cuerpo mientras que estaba desnudo llegando a «agarrarla fuertemente por las muñecas para que le tocase el pene». También se metía en la ducha y abusaba de ella.
Un entorno de miedo y violencia
Según el relato judicial, las agresiones se producían en un ambiente de «miedo, terror y violencia». El condenado utilizaba su posición de autoridad para someter a las menores, actuando con violencia física en diferentes partes del cuerpo, como la cara, los brazos o las nalgas, e incluso llegando a agarrarlas por el cuello.
Además, el agresor insultaba a las niñas con palabras como «subnormales», «gilipollas» o «inútiles», generando en ellas un estado de terror constante que les impedía revelar lo sucedido a su madre, ante las continuas amenazas.
Las secuelas emocionales y físicas fueron importantes. Una de las menores sufrió una parálisis facial y su rendimiento escolar se vio notablemente afectado. Ambas hermanas arrastran consecuencias psicológicas serias debido a los años de agresiones sufridas.
El caso salió a la luz cuando una de las víctimas decidió hablar en el colegio durante una charla en la que se abordaba un caso similar. A raíz de ello, se conocieron los abusos continuados.
En el juicio, la madre declaró que en ocasiones había visto hematomas y arañazos en sus hijas, pero no les dio mayor importancia al no obtener explicaciones claras, pensando que se trataba de heridas provocadas por juegos.