Luto en el mundo del ciclismo. Federico Martín Bahamontes ha fallecido este martes a los 95 años de edad. El legendario ciclista, apodado El Águila de Toledo, fue el primer español que se coronó en el Tour de Francia en 1959. La noticia la ha dado a conocer este martes el alcalde toledano, Carlos Velázquez, que ha decretado dos días de luto en la ciudad.
Con la muerte de Bahamontes se cierra un capítulo legendario del ciclismo español. El de la posguerra, las bicicletas de “plomo”, las peleas intestinas que siempre afloraban en la Vuelta a España o en el Tour, el de las grandes gestas en la montaña y los no menores desfallecimientos en cualquier otro terreno. El ciclismo que nadie como él, como Bahamontes, supo protagonizar.
Fallece Federico Martín Bahamontes, ‘el águila de Toledo’ , primer ciclista español en ganar el Tour de Francia, en 1959. Nuestro recuerdo y homenaje a toda una leyenda de nuestro deporte 👉https://t.co/l6oQAbDwCy #DEP pic.twitter.com/ghIz9bb0w5
— Archivo RTVE (@ArchivoRTVE) August 8, 2023
Escalador excepcional, seis veces campeón de la montaña del Tour y primer español que conquistó el maillot amarillo (1959), Bahamontes nació en pleno verano de 1928, el 9 de julio, día de Tour, en la localidad toledana de Val de Santo Domingo. Sus padres, Julián, peón caminero, y Victoria se trasladaron pocos meses después a Toledo, donde creció el pequeño Alejandro, pues ese era su nombre real. “Mi tío Federico decidió que tenía que llamarme como él, pero nací como Aleandro y tengo papeles y escrituras oficiales con los dos nombres”, explicaba.
La afición ciclista le vino al dedicarse, con su bicicleta, a repartir género por Toledo y sus empinadas cuestas, al tiempo que ayudaba a la economía familiar transportando productos de estraperlo que su madre vendía en las afueras del mercado, esquivando el racionamiento. La bicicleta se le daba bien, probó en algunas carreras previo permiso paterno y tras los primeros éxitos en 1954 se trasladó a Barcelona y dio el gran salto al profesionalismo. En las primeras crónicas se le citaba a menudo como Bahamonde, el apellido materno del dictador. Pero muy pronto se hizo tan famoso que nadie podía desconocer ya quién era Bahamontes. Y de qué era capaz con bicicleta.
Su salto a la popularidad absoluta llegó en el Tour de Francia de 1954, el primero de los diez que disputó. Su facilidad escaladora, su cambio de ritmo y la pedalada vigorosa y constante que sincronizaba con la cadencia de los hombros le permitió coronar en cabeza los más reputados altos pirenaicos y alpinos. Ahí nació El águila de Toledo, en las crónicas admirativas de L’Équipe. Porque Bahamontes conquistó con brillantez el Aubisque (el 19 de julio), el Tourmalet y el Peyresourde (el 20), otros tres puertos más entre Toulouse y Millau (el día 22) y reincidió en los Alpes, pasando en cabeza por el alto de Romeyère, por Laffrey, Bayard, La Faucille… y el Galibier, donde redondeó una exhibición jamás vista. Su regreso a España tras las gestas del Tour fue su primer gran baño de masas, su elección como deportista español del año, la consagración. Y eso que Bahamontes solía ceder en los descensos de los puertos todo el margen adquirido en la montaña, en una época en la que el Tour raramente situaba una línea de meta en la cima de un puerto. Por si faltara algo para convertir a Bahamontes en un nuevo mito del deporte español, en ese Tour de 1954 protagonizó una anécdota mil veces contada: al coronar en solitario la Romeyère se bajó de la bici y se tomó tranquilamente un helado de vainilla “mientras esperaba a sus rivales”. En realidad, tenía rotos varios radios de una rueda y prefirió no arriesgarse a una caída en el descenso y esperar la llegada del coche de equipo. Pero él mismo alimentó durante años la leyenda.
La España ciclista se dividió en aquellos tiempos entre los partidarios del toledano y los seguidores del vasco Jesús Loroño, con el que mantuvo enconadas disputas en la Vuelta y en el Tour. Eran dos personajes irreconciliables, cada uno con parte de la prensa a su favor. El director técnico, el valenciano Luis Puig, pretendía que colaboraran, pero fue imposible. En la Vuelta de 1957 se llegó al paroxismo cuando se atacaron mutuamente una y otra vez pese a formar parte del mismo equipo. La Vuelta la ganó Loroño, con Bahamontes segundo, pero en algún hotel casi llegan a las manos. Y en el Tour otro escándalo: en la novena etapa Bahamontes abandonó por el dolor que le producía en un brazo una inyección de calcio suministrada por el mismo Puig. Fue allí donde se produjo otra escena famosa, con el director intentando convencer al ciclista para que se subiera a la bicicleta y continuara y Bahamontes negando una y otra vez. “¡Hazlo por tu madre!”, imploraba Puig. No. “¡Por Fermina!” (su esposa). No. “¡Hazlo por España, Federico!”. No. “¡Por Franco!”…
Bahamontes, calificado de excéntrico, incluso lunático, en Francia se centró por completo en el Tour de 1959. Aquel año incluso se programó un final en alto, la cronoescalada al Puy de Dôme. La ganó Bahamontes, claro. Con la experta mano de un director de carácter, Dalmacio Langarica, con el trabajo psicológico y el apoyo y los consejos de Fausto Coppi, que era el patrocinador del equipo, Bahamontes logró la proeza. Loroño, que se había negado a trabajar de gregario, no formaba parte del equipo. “El toledano ponía las piernas y Langarica el cerebro”, se dijo. Pero incluso con todos estos factores alineados, aún tuvo que producirse uno más, el definitivo: la pelea sin cuartel entre los mejores ciclistas franceses, que prefirieron que ganara cualquiera antes que su rival local. Avisó Jacques Anquetil: “Los organizadores nos obligan a correr por selecciones, pues bien, lo haremos. Pero yo no pienso ayudar a Rivière, al contrario, correré contra él”.
El 18 de julio de 1959, precisamente ese día, Bahamontes se abrazaba a Fermina, saludaba al embajador español en París, el conde de Casa Rojas, y daba la vuelta de honor al Parque de los Príncipes con el maillot amarillo, la publicidad de Tricofilina Coppi en el pecho y el ramo de flores de ganador. Una fotografía para la posteridad.
Bahamontes regresó al Tour en otras cinco ediciones. Ganó la montaña, subió al podio en 1963 (2.º) y 1964 (3.º) y finalmente puso pie a tierra en la edición de 1965, con casi 38 años. Aquel Tour pasaba por Barcelona, donde era esperado con expectación. Pero el toledano, personaje caprichoso, imprevisible e incontrolable como todos los genios, abandonó justo el día antes, camino de Ax-les-Thermes, de nuevo mostrando su carácter. Atacó en la aproximación al Portet d’Aspet se fue por delante y de repente desapareció. Unas versiones dicen que se escondió en unos matorrales, otras que se equivocó en una calle de Aspet y cuando regresó a carrera ya no iba fugado, sino rezagado. En cualquier caso, mientras sus rivales se preguntaban dónde se hallaba y aceleraban el ritmo de persecución, él ya estaba dentro del coche escoba. Meses más tarde, el 12 de octubre, dijo adiós a la bicicleta conquistando la Escalada a Montjuïc.
Bahamontes fue siempre un personaje locuaz, parlanchín incluso, al estilo de un Helenio Herrera en el fútbol. En los años de su vejez, cuando acudía para algún que otro homenaje al Tour, solía pasarse por la sala de prensa para analizar la carrera y recalcar que con las bicicletas actuales o con finales en alto habría ganado sin problema cinco o seis Tours, todo ello mientras se llenaba los bolsillos con los pequeños paquetes de magdalenas que se ofrecían libremente a los periodistas, como si regresara a los tiempos de racionamiento de su infancia. En 2013 fue elegido por L’Équipe mejor escalador de la historia del Tour y no se estuvo de criticar que colocaran segundo a Richard Virenque y no a Charly Gaul. “Si ese Virenque es escalador yo soy Napoleón”, dijo.