Por Sonia Álamo, consejera insular de Nueva Canarias en el Cabildo de
Fuerteventura.
EL ODIO ES INVOLUCIÓN:
Cada 18 de junio, el calendario internacional nos propone una pausa
necesaria: el Día para Contrarrestar el Discurso de Odio. Corren tiempos en
donde toma precisamente una dimensión como para no pasarla de largo ni
tomarla como un gesto simbólico para cubrir el expediente. Más que
nunca hoy debe ser una llamada de emergencia ante un fenómeno que no
solo sobrevive en la era de la sobreinformación, sino que se ha sofisticado,
amplificado y normalizado con una preocupante impunidad.
No hablamos de opiniones incómodas ni de debates duros. Hablamos de
discursos que señalan a personas por su color de piel, su origen, su
religión, su identidad de género o su orientación sexual. Hablamos de
narrativas que niegan derechos, que deshumanizan, que siembran miedo
con la intención deliberada de enfrentar a unos seres humanos contra
otros. Y lo más preocupante: esos discursos están siendo utilizados por
grupos y formaciones políticas, aquí y fuera, para ganar poder.
El odio no se explica por una supuesta frustración social sin salida. Es una
estrategia calculada. Se vende como una respuesta «valiente» a los
problemas de la gente, cuando en realidad no resuelve nada: solo distrae,
desvía la atención de los verdaderos responsables de las desigualdades, y
fractura a la sociedad. Es una política de humo, pero un humo tóxico que
acaba impregnándolo todo.
Toda idea que se construya desde el odio a otros está condenada a
destruir, a destruirse a sí misma y a destruir, ética y moralmente, a quien la
sostiene. Alguien que defiende —sin pudor, sin matices— que una persona
de otra raza, otra creencia, otro género, otra orientación sexual o
nacionalidad no tiene derecho a vivir como cualquier otra, no puede
llamarse ni racional, ni tolerante, ni demócrata, ni civilizado. Puede
llamarse muchas cosas, pero no esas.
En Canarias sabemos bien lo que significa convivir. Hemos sido puerto y
puente. Lo somos aún. Y quizás por eso nos duelen más las soflamas que
pretenden convertir nuestras islas en un bastión contra la otredad, como si
la identidad se protegiera levantando muros y no compartiendo
horizontes. Frente a quienes quieren enfrentar a vecinos con niños
migrantes, a mujeres con hombres, a personas LGTBI con quienes aún no
comprenden su lucha, debemos responder con la fuerza de la razón, de los
hechos y de los derechos.
Democracia y dignidad deben ir de la mano. Como la convivencia y el
respeto. Y no hay futuro cuando se pretende edificar sobre el desprecio al
diferente. Lo estamos viendo en demasiados lugares: cuando el odio se
institucionaliza, la política deja de resolver problemas para empezar a
crearlos. Y entonces ya no se trata de diferencias de opinión, sino de una
amenaza directa a los valores más básicos del humanismo.
No se trata de censurar ideas, sino de impedir que se normalice la
violencia. Que quede claro: quien incita al odio no ejerce la libertad de
expresión, la prostituye. Porque la palabra es poderosa, y quienes la
utilizan para herir, dividir o justificar injusticias, saben perfectamente lo
que están haciendo.
Este 18 de junio, desde Fuerteventura y para el mundo, decimos con
serenidad, pero con firmeza: ninguna causa puede construirse sobre la
exclusión. Ninguna patria puede llamarse justa si se alimenta del odio. Y
ningún político que siembre a conciencia rencor merece llamarse servidor
público.
Nosotros elegimos otro camino. El de la convivencia, el del respeto, el del
compromiso firme con los derechos humanos. Porque en esta tierra no
caben todos los discursos, sobre todo aquellos que pretenden negar la
humanidad.