Artículo de Opinión:
Por lo visto el señor Galván, portavoz de Vox en el Parlamento de Canarias, tiene una preocupante obsesión por las tierras raras.
En la última reunión de la Comisión de Economía, Industria y Comercio, celebrada ayer 4 de diciembre, consiguió encadenar una cantidad de disparates dignos del libro Guinness de los récords: nos cuenta que la extracción de tierras raras traerá aquí la industria de los microchips y la industria tecnológica, que se creará un observatorio internacional de tierras raras, que se abrirán fábricas para la tecnología eólica y fotovoltaica, que abrirán laboratorios farmacológicos, y que se establecerán plantas para la fabricación de vehículos.
Pero la apoteosis del delirio la alcanzó en la reunión del 4 de julio, en la cual llegó incluso a afirmar que gracias a las tierras raras desaparecería la pobreza en Canarias.
Otro cuento que nos repite a menudo es que la extracción de tierras raras no causaría ningún tipo de daño ambiental ni contaminación, o que en cualquier caso serían muy limitados. Por desgracia para nosotros, las tierras raras solo se extraen de un modo y, sobre todo, la separación de las tierras raras solo se logra de una única manera: mediante el uso de sustancias químicas altamente tóxicas y contaminantes. Por cada 7 kilos de tierras raras extraídos quedarán aquí 993 kilos de desechos tóxicos, venenosos y radiactivos.
El señor Galván, como un buen televendeor, intenta vendernos este cúmulo de excrementos haciéndolo pasar por una maravillosa tarta de chocolate. La verdad, que él conoce perfectamente, es que todos los inversores y especuladores interesados en las tierras raras extraerán lo que necesiten y se lo llevarán; lo que quedará aquí será devastación, contaminación, enfermedades, muerte y pobreza.
El miserable teorema del señor Galván se desmonta muy fácilmente, por ejemplo observando lo que ocurre en Australia: en Mount Weld se retiran las rocas y la tierra, mientras que el proceso de separación de las tierras raras -la parte más contaminante del procedimiento- se realiza en otro lugar. Y “otro lugar” significa literalmente en otro país, en Malasia; esto porque Australia, que recordemos tiene una superficie 4.600 veces mayor que Fuerteventura, no quiere este tipo de actividades desmesuradamente contaminantes en su territorio.
El señor Galván, en cambio, querría instalar una mina a cielo abierto tan destructiva y contaminante en una isla que mide 100 km de punta a punta, condenando irremediablemente nuestra salud, nuestras vidas y nuestra economía.
Aconsejamos por tanto al señor Galván, visto su gran entusiasmo, que cave un agujero en el jardín de su casa y juegue allí a ser geólogo y extractor de tierras raras; o bien le recomendamos que experimente en primera persona las maravillas que relata, trasladándose a vivir a una mina de tierras raras, quizás con toda su familia. Al fin y al cabo, no hay ningún problema ni peligro, ¿verdad?
Debemos constatar, sin embargo, que el señor Galván, entre sus delirios, tiene razón en un punto: tarde o temprano la extracción de tierras raras será una realidad en Fuerteventura, dados los intereses económicos que existen detrás.
Es, por tanto, extremadamente preocupante la manera en que el Gobierno de Canarias ha afrontado -o mejor dicho, no ha afrontado- el problema.
El 24 de abril de 2024 el Parlamento aprobó por unanimidad, con la única excepción de Vox, una PNL para frenar las actividades mineras relacionadas con las tierras raras; sin embargo, todos los puntos aprobados han sido ignorados y, a día de hoy, no se ha hecho absolutamente nada.
Exhortamos por enésima vez al Gobierno de Canarias a dejar de jugar con fuego y a ponerse a trabajar de manera seria y urgente para bloquear con antelación lo que será un problema existencial para la isla de Fuerteventura: lo que está en juego es la supervivencia y la vida de toda una isla y de toda su población.

